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Chimuelo
(…) El concepto (que ha perdido
los dientes), en el español general, se expresa por la voz desdentado. No es empero
la única. En Bolivia se puede oír, con esa significación casa o casadiente; desmuelado en Perú y Venezuela; propia del Ecuador es la
voz paquiventano; no es raro oír en Colombia, para “desdentado”, el
adjetivo mueco; en Panamá alternan los vocablos bocacho y gacho; mueleta
es usual en Costa Rica; en Nicaragua parece predominar chintamo; bichino es palabra propia de Honduras; en El Salvador y Guatemala se dice cholco
(o sholco); en Puerto Rico es común el vocablo mellao
(o mellado). La designación general o académica (desdentado) parece ser usual en
España, Uruguay, Cuba, República Dominicana…, aunque sin duda se le conoce y usa en cualquier otro sitio de América
pero alternando (en desventaja) con las voces transcritas (…).
En México, aunque se den otras denominaciones,
me parece que la voz más usual, más popular, es chimuelo.
José G. Moreno de Alba, Minucias del lenguaje, FCE, México, 1995. (Lengua y Estudios Literarios). Transcrito en: Pastor Téllez, Blanca
Guillermina, et al., Español 2. Santillana,
México, 2006, p. 117.
El
turista en Caracas
Aquí comienza el segundo acto de su drama. Ya en
el aeropuerto de Maiquetía, le dice un chófer:
—Musiú, por seis cachetes le piso la chancleta
y lo pongo en Caracas. (Musiú es todo extranjero, aunque no precisamente el de lengua española, y su femenino es musiúa; los
cachetes, que también se llaman carones,
lojas, tostones, ojos de buey o duraznos, son los fuertes o monedas de plata de cinco
bolívares; la chancleta, o chola, es
el acelerador.)
El chófer que lo conduce exclama de pronto: Se me
reventó una tripa. El automóvil empieza a trastabillar, y por fin se detiene. Pero
no es tan grave: la tripa reventada es la goma o el neumático del carro, y tiene
fácil arreglo. El chófer, complacido y campechano, lo tutea enseguida y le invita a pegarse
unos palos, que es tomarse unos tragos, para lo cual se come una flecha, es
decir, entra en una calle contra la dirección prescrita.
El
turista en Buenos Aires
Al preguntar cómo podía trasladarse a la casa de
un amigo, al cual venía recomendado, un muchacho le respondió:
—Cache
el bondi… (es decir, coja el tranvía, del italiano cacciare y del brasileño
bondi), y le dijo el número.
Poco después sorprendió esta conversación entre algunos
jóvenes, al parecer estudiantes, por los libros de texto que llevaban debajo el brazo:
—Che, ¿sabes que me bochó el franchute el susifal? (= me suspendió en francés el tipo ese).
—¿Y no le tiraste bronca?
—Pa’que… Me hice el otario… En cambio me pelé un diez macanudo…
—¿En qué?
—En cahteyano…
Ángel Rosenblat en Raúl Ávila, La lengua y los hablantes. Ed. Trillas, México, 1982. (Área de lenguaje y comunicación 2). Transcrito en: Pastor
Téllez, Blanca Guillermina, et al., Español
2. Santillana, México, 2006, p. 118
Los cromosomas del idioma español
(…) La unidad del idioma
no se altera en absoluto por el hecho de que un español bucee en la “piscina” mientras un mexicano nada en la
“alberca” y un argentino se baña en la “pileta”, estando todos ellos en el mismo lugar. Las tres palabras
—precisas, hermosas— parten de lo más profundo de nuestro ser intelectual colectivo. Podemos ver el ADN de “piscina”
en picis, y en “piscifactoría”, y hasta saber que la palabra procede
de aquellos estanques de los jardines que se adornaban con peces; y relacionar su significado con un lugar donde se almacena
agua y donde, como peces en el agua, podemos aumentar la velocidad mediante unas aletas como las del pez, y también nada al
estilo rana. Y la “alberca” mexicana (del árabe al birka, estanque)
nos llevará por la genética y la historia a los terrenos de regadío rurales donde se hacía preciso almacenar el agua para
luego esparcirla, y donde los mozos del campo se remojaban para ahuyentar la sofoquina. Y a la “pileta” podemos
asociarla con “pila” y con “pilón” (“al pilón, al pilón”, se grita en los pueblos de Castilla
cuando el grupo verbenero se quiere bajar del escenario demasiado pronto), y tan expresión española es como las dos anteriores.
Los jóvenes mexicanos harán
un clavado en el agua donde los barceloneses se tirarían de cabeza o los limeños, entre otros, disfrutarían de una zambullida,
y el estilo empleado al hacerlo le parecería lindo a un chiapaneco y bonito a un sevillano; y ambos se entenderían también,
por más que el sevillano nunca dijese “lindo” ni el chiapaneco “bonito”, igual el español pronunciaría
“paliza” donde el americano “golpiza” y los dos entenderán la expresión del otro sin haberla pronunciado
jamás. Y ambos sabrán de lo que hablan cuando el mexicano cite “la computadora” y el europeo “el ordenador”,
influido aquél por el inglés (pero con familia en el español: computar, cómputo…) y éste por el francés y por IBM (pero
con los genes de las lenguas romances: orden, ordenar, el que ordena: ordenador).
Y si preguntamos en Argentina
cuánto nos falta para llegar a una calle pueden contestarnos que “dos cuadras” donde nosotros diríamos “dos
manzanas”, pero tan metafórica resulta una expresión como otra y las comprendemos sin problemas.
Álex Grijelmo, Defensa apasionada del idioma español. Punto de Lectura, España, 2004. Transcrito en: Pastor Téllez, Blanca Guillermina,
et al., Español 2. Santillana, México,
2006, p. 121.
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